Ser padres en la sociedad actual

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El concepto de familia, de ser padre o madre, hermano o hermana, cambia a medida que cambia la sociedad.

La familia es la primera puerta social al mundo, pero es obvio que el concepto de unidad familiar cambia continuamente

El triángulo padre, madre e hijo, la familia nuclear clásica, está sometida a un profundo debate. Incluso hay teorías que afirman que la familia tradicional está en crisis irreversible.

En cualquier caso, con un modelo familiar tradicional o con otro, necesitamos pautas y consejos para abordar la relación con nuestros hijos e hijas.

¿Cuáles son algunas de estas pautas?

  1. En primer lugar, es necesario tener claro que las dudas e inquietudes sobre la forma de educar a los hijos son normales.
  2. Hay que aceptar que podemos hacer las cosas de forma inadecuada, aunque tengamos la mejor de las intenciones.
  3. Hemos de partir de que los hijos nunca son pequeños en relación a las capacidades que corresponden a su edad.
  4. Debemos desechar la idea de que cualquier acción es susceptible de traumatizar a nuestros niños. Este sentimiento bloquea la capacidad de educación de los padres.
  5. Si tenemos complejo de culpabilidad, es muy posible que los hiperprotejamos y nos llenemos de condicionantes que no nos ayudan en absoluto, ni a nosotros, ni a ellos.
  6. Las normas y reglas son saludables desde el punto de vista educativo. El hijo, la hija, las necesitan. De manera inconsciente nos reclaman que seamos firmes y tener límites claros en los que sustentarse. Ellos perciben perfectamente cuando estos límites están impuestos desde el amor.
  7. El tiempo que dediquemos a nuestros hijos ha de ser de calidad. Esto no significa ni permisividad total, ni tampoco inflexibilidad en el trato. Consiste en un arte de equilibrios.
  8. El miedo a traumatizarlos puede devenir en una dejación de nuestras funciones, lo cual es un “delito moral” que afecta al desarrollo de su personalidad y puede favorecer el desarrollo de personalidades frías y poco empáticas.
  9. La hiperprotección hace de los hijos seres independientes, inmaduros e incapaces de desenvolverse en el mundo social. Lamentablemente, este es un mal de nuestro tiempo.
  10. La educación de calidad no siempre es una tarea fácil y puede ocasionarnos, como padres, muchas incomodidades con las que es necesario lidiar.

Ellos captan todo, y no podemos eludir nuestra responsabilidad. Comportamientos tiránicos, engreídos, caprichosos o rebeldes se producen porque los adultos dejan de ser guías, para ser guiados por los niños. Se trata de un grave error, puesto que cuando esto sucede es imposible educar y motivar un desarrollo saludable.

 ¿Cuáles son algunas de las causas que pueden propiciar un exceso de permisividad?

En el mundo actual, con exigencias laborales importantes, es frecuente llegar cansados del trabajo y llevarnos a casa preocupaciones de este ámbito, esta circunstancia puede generar sentimientos de culpabilidad, mal humor, estrés, que nos llevan a ser permisivos en exceso o, por el contrario, proyectar nuestras frustraciones de forma agresiva.

Ninguno de estos comportamientos, ni el pasivo, ni el agresivo, favorecen a los niños. Como hemos mencionado anteriormente, ellos reclaman límites saludables, aunque no lo hagan de forma consciente. Es imprescindible un equilibrio: consentir todo es un error y ser rígidos e inflexibles hasta el límite también lo es.

La cultura de la hiperprotección, del “culto” al hijo es una gran trampa. El miedo a traumatizarlo por cualquier cosa nos hace proporcionarle un exceso de satisfacciones que muchas veces son inadecuadas e ineficaces.

Las normas y las reglas deben aparecer, de modo natural, desde el principio en el medio familiar, es algo que organiza tanto a los padres como a los hijos, armoniza la convivencia y potencia la educación, tanto en la familia como fuera de ella. Quizá el término “límites” puede resultar brusco, pero podemos suavizarlo nombrándolos como “organización y armonía”, o lo que es lo mismo: la actividad propia de organizar e interactuar que tienen los miembros de la familia. No hablamos de una actitud dictatorial dentro del territorio familiar, sino de hacer valer la autoridad de los padres como guías, como los que tienen la experiencia adulta y son los responsables de la educación.

Hemos de perder el miedo a “traumatizar” a nuestros hijos por cualquier actitud firme que tengamos hacia ellos. Los traumas se generan por un maltrato continuo, por mala intención, por una irresponsabilidad mantenida en el tiempo y por una falta de ética en los comportamientos, pero, sobre todo, por una ausencia de amor hacia ellos. Cuando los límites se ponen desde el cariño y la disposición a hacer lo que más les beneficia, no es pertinente hablar de trauma. Podemos aceptar que a veces erramos, pero nuestros hijos percibirán claramente la intención.

Referencias bibliográficas: González, J.F. (1998). Ser padres hoy. Edimat Libros. Madrid

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